jueves, 11 de octubre de 2012

¿Podremos sacudirnos el polvo de la historia europea?


[Primera parte]

El 12 de octubre de 1492, para muchos historiadores, marca el fin de la edad medieval y el comienzo de la modernidad. Para otros tantos, los principios y los fines son un poco grises, nadie se durmió el 11 octubre de 1492 en la edad medieval y se despertó al día siguiente sumido en la modernidad.
Para nosotros, latinoamericanos, los grises de los principios y los finales se vieron, desde que el europeo respiró por primera vez nuestro aire, lúgubremente ennegrecidos.
La pregunta por quiénes somos, o por quiénes creemos que somos es una pregunta que sólo puede encontrar respuesta en el atisbo obligado de la búsqueda de una identidad escindida, radicalmente escindida de sí misma entre el genocidio mas cruel y alevoso que sufrió la especie humana desde que se tengan registros históricos y la hecatombe cultural amparada en la evangelización cristiana y la ilustración de Europa occidental.

Celebrar “el descubrimiento de América” significa olvidar, por si fuera poco, que existían, al menos, unos  setenta millones de seres humanos que ya habían descubierto el continente y vivían en él. La designación improvisada en medio del debate de “encuentro de dos culturas” o “de dos mundos” fue un hábil intento de adulterar la historia, dado que ese encuentro no tuvo nada de protocolar o pacífico como desfachatadamente pretendieron sus teóricos y difusores.
Se relacionaron mundos antes desconocidos entre sí, algunos en estadios muy primitivos de desarrollo, otros más avanzados como los europeos, que ya conocían la brújula, la pólvora, el papel y la imprenta.
Los descubrimientos de los yacimientos de oro y plata en América, la cruzada de exterminio, la esclavización de las poblaciones aborígenes, forzadas a trabajar en el interior de las minas, el comienzo de la conquista y del saqueo de las mal llamadas “indias”, la conversión del continente africano en cazadero de esclavos negros, son todos hechos que señalan los albores de la era de producción capitalista. Las riquezas apresadas fuera de Europa por el robo, la esclavización y la masacre refluían hacia la metrópolis donde se transformaban en capital
Se modificaron las economías cerradas de esos países para constituir un mercado mundial.
El oro y la plata americanos contribuyeron a formar los primeros grandes capitales europeos, que activaron la economía y detonaron la Revolución Industrial.
El genocidio de la invasión y la conquista es el estrato más obscuro y calamitoso de la historia de la humanidad.

La situación europea incentivó la búsqueda de nuevas fuentes de ingreso para las monarquías. El propio diario de viaje de Colón tiene numerosas referencias a la obsesiva necesidad de encontrar oro. Los hallazgos de piezas ornamentales y rituales de los nativos constituyeron la primera fase del saqueo. En las islas de Cuba, La Española y Puerto Rico en sólo dos o tres años se despojó a los nativos de todo el oro producido en casi un milenio[1].
Agotada rápidamente esa fase del saqueo, se pasó a la búsqueda desenfrenada de los yacimientos, postrando cualquier obstáculo que se erigiera en su camino.
Las dificultades para la extracción comenzaron a resolverse a partir de los conocimientos de los propios nativos[2].
Entre 1503 y 1660 salieron desde tierras americanas hacia España, según constancias Documentadas en Sevilla y Madrid, alrededor de 200 toneladas de oro y 17 mil toneladas de plata. Considerando una relación de once a uno entre esos dos metales, se llega a las dos mil toneladas de oro, esta acumulación de envíos valuados a precios actuales rondarían los 28 mil millones de dólares[3].
Otras estimaciones mensuran en unas 90 mil toneladas de plata las extraídas de las entrañas americanas en el lapso comprendido entre 1500 y 1800 y su valuación se elevaría a unos 120 mil millones de dólares actuales[4].


[1] Pierre Chaund, Seville et l´Atlantique, Paris, 1959.
[2] Luis Vitale. Historia Social Comparada de los pueblos de América Latina, Tomo I. Atelí, Punta
Arenas, 1998: “La causa esencial de esta rápida recolección de metales preciosos fue el grado de adelanto minero–metalúrgico que habían alcanzado los aborígenes de América Latina. El desarrollo de las fuerzas productivas autóctonas permitió a los españoles organizar en pocos años un eficiente sistema de explotación. De no haber contado con aborígenes expertos en el trabajo minero resultaría inexplicable el hecho de que los conquistadores, sin técnicos ni personal especializado, hubieran podido descubrir y explotar los yacimientos mineros, obteniendo en pocas décadas tan extraordinaria cantidad de metales preciosos. En fin, los indios americanos proporcionaron los datos para ubicar las minas, oficiaron de técnicos, especialistas y peones, y aportaron un cierto desarrollo de las fuerzas productivas que facilitó a los españoles la tarea de la colonización
[3] H.J. Hamilton, American Treasure and the Price Revolution in Spain, Harvard University Cambridge,
USA, 1934.
[4] Pierre Chaund. Seville et l´Atlantique, Paris, 1959.

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