sábado, 6 de octubre de 2012

La educación enajenada



Es poco discutible que de los diálogos surjan muchas de las cosas más interesantes en las cuales podríamos pensar. Yo hablaba “con” porque generalmente hablo “con” y sucedía algo curioso.
Entre diálogo, resultaba que “con” había egresado de sus estudios y no se sentía identificado con ese egreso. No sentía que su yo se correspondiera con ese ser egresado.
Es extraño. Esta sensación me llevó a plantearme dos cosas. La primera, gira en torno a la educación, en torno a pensar: ¿cuán enajenada está nuestra educación? ¿Cuán des-identificada con quien se educa?
Además, hay algo que siempre me hizo ruido en torno a la educación, particularmente la universitaria, y es esta noción de “carrera universitaria”. Esta noción que, desde su interpretación sencilla, sugiere que se trata de llegar, de correr y llegar. Buscaba, entre tanto, qué le deparábamos a las vocaciones (ese hacer en cual nos sentimos realizados sea lo que sea que hagamos).
Quizá lo que suceda, entre muchísimas cosas, sea que mucho de aquello que somos, con lo cual nos identificamos y en lo cual nos realizamos, quede suspendido mientras esa “carrera”, mientras esa corrida, sea por el título que sea. Quizá caemos en la dificultad lógica de que, luego de dejarnos a un lado para correr, nos cueste encontrarnos en eso que hemos llegado a ser.
¿Hasta que punto podríamos hablar de identificación entre vocaciones y profesiones? ¿Le suelta la mano la profesión a la realización del yo en torno a su ser, a su ser eso que es y ninguna otra cosa? ¿Cuánto nos dedicamos a nosotros mientras nos dedicamos a lo que sea que nos dediquemos?

En medio de esta desambiguación identitaria, no puedo evitar llenarme de incertidumbres. Lo cual me lleva a plantear esta segunda consideración: la de ser uno, o ninguno, o todos.
Cuán extraño es el sabor del desconocimiento en vías del reconocimiento de lo obscuro, lo plural, de un yo cuya unidad se cae de a pedazos a cada instante de vida.
El ser posible se despliega apenas y se expresa en esa capacidad del protagonista de flotar por encima de un mundo adaptado a las identidades “únicas” y a las conductas “apropiadas”. Sólo locos o esquizofrénicos gozan de la libertad para romper públicamente los órdenes establecidos y pretendidos de una sociedad que en la superficie sólo acusa pobreza.
Ante la posibilidad de la de-mencia, de que la mente se aleje inexorablemente de todo y de nada, pero bienvenida sea la introducción a la etimología de las palabras que desconocemos y tan fácilmente descalificamos.
Del mundo de las preguntas, estimo que la más recurrente es por quiénes somos y cuánto ignoramos de esa unidad que se presenta como un cuerpo (uno) y la mente que lo piensa que difícilmente pudiéramos encasillar en algo tan sencillo como un trozo carnal. Quiénes no somos es otra pregunta y lo certero es que no basta una vida para contestar las preguntas.
Los límites, los pretendidos, no están tan bien dibujados por el aburrido instinto moral y cada vez que el trazo es débil, el instinto real, el natural, desdibuja esa normalidad dejando que el monstruo sea por un breve periodo de tiempo.
Quiénes somos y quiénes no, me recuerdan un poco a “Uno, ninguno y cien mil” (“Uno nessuno e centomila”, 1926) de Luigi Pirandello y a esa escandalosa escena inicial en la que Vitángelo Moscarda se encuentra frente al espejo mirándose la nariz y cuyo proceso de des-identificación se inicia a partir de decirle a su mujer que deje de usar ese apodo que acostumbraba a usar con él. Brillantemente dirá luego:

un nombre no es sino esto, una inscripción funeraria. Corresponde a los muertos. A quien ha terminado yo estoy vivo y no acabo. La vida no acaba. La vida no sabe de nombres.”  

Hemos venido a la vida precipitándonos sin un nombre (uno) y una identidad (una). Pero aquí estamos, preguntándonos por nosotros mismos en la dificultad de esquivar las preguntas que no sean nuestras, las impuestas. Quien sepa del sabor de la desambiguación de esa identidad aparentemente fina y escueta, sabrá de qué intento hablar aquí.
Entonces quizá comprenda que yoes hay muchos, tantos como nosotros posibles.


A “con”, que seguramente estará enojado, 

Ilustración - Fluorencia Carrizo (http://www.fluorencia.com.ar/)

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